Cuando el diario La Estrella me solicitó que aportara unas líneas compartiendo mis impresiones de Roberto Durán, reviví los sentimientos que experimenté durante la producción del documental Los Puños de una Nación. Cuando abordé el tema del documental de Durán, hace más de diez años, no lo hice por su proeza boxística, lo cual parecía ser lo más lógico. Lo hice porque sabía que en mi búsqueda de él encontraría el sentido de mi propia panameñidad.
Al adentrarme en la vida de Roberto Durán descubrí que, en realidad, de muchas maneras importantes, Panamá y él son una sola cosa y si los países tuvieran rostro, el nuestro sería el del Cholo. Mano de Piedra nació con unos dones físicos que se dan cada cien años en un boxeador, si acaso, pero con una manera muy particular de administrarlos. Cuando el Cholo se lo proponía y se disciplinaba, era invencible- era un ejemplo para cualquier hombre, una fuente de alegría inagotable y generaba un orgullo enorme, no sólo para sus compatriotas si no para aquellos ciudadanos del mundo que veían en sus combates el simbolismo de David y Goliat. Panamá también es un país con unos recursos naturales casi ilimitados, donde de nuestro cielo y nuestra tierra brotan abundancia y desprendimiento. Nuestro Istmo surgió para unir un continente y en el proceso dividió un mar y cambió el planeta para siempre. Luego, se partió en dos para unir los mares que tres millones de años atrás había dividido, y el Canal de Panamá cerró un ciclo que confirma que pocos países del mundo tienen una misión tan específica y profunda como el nuestro. Sin embargo, nosotros, sus ciudadanos, interpretamos este destino de nuestra patria de manera superficial y adolescente, y buscamos satisfacción inmediata por el manejo de sus bienes, lo cual nos ha traído innumerables problemas a través de nuestra corta historia. Durán, al no administrar sus fuerzas y su cuerpo en momentos importantes de su carrera deportiva, también sufrió las consecuencias. Hay quienes quisieran extender esta analogía a la vida personal de Mano de Piedra y hay cierta coherencia en ello. Sin embargo, me limito a hacerlo, ya que he visto que la faceta personal de la vida de Durán es tan similar a la de muchos panameños. Vivimos día a día e improvisamos cuando debiéramos planificar.
Además, cuando hoy en día me encuentro a Roberto Durán, veo a alguien que sabe ser feliz y que vive sin resentimientos o arrepentimientos. Y quedo admirada de un hombre que ha llevado su vida sin miedos. Cuando como boxeador se subía al tinglado, jamás dudó que acabaría con su oponente, aún cuando todas las estadísticas estaban en su contra. El peso, la edad, la velocidad, y al inicio de su carrera, la experiencia, forzaban a los eruditos a apostar contra él. Se equivocaron tantas veces que a las finales no se atrevían a dudar de su proeza.
Que Roberto Durán no sea una “figura” que actúe como un ciudadano ilustre y galano, intelectualizando su carrera y empujando a los demás a ser como él, es lo que creo que quizás más le cuestionen algunos e inclusive se lo exijan por ser quien fue. Pero pregunto: ¿Somos un pueblo que se ama y respeta a si mismo? Sólo hay que ver la falta de cuido y apoyo a nuestros atletas o artistas para contestar esta pregunta. Al día de hoy, Roberto Durán nunca ha tenido un problema con la ley, y es un excelente padre a quien sus hijos aman. Cada centavo que se ganó, se lo ganó honestamente, puño a puño. Para mí, esto dice mucho de él y lo hace ejemplar. Al final del camino, Mano de Piedra no sólo triunfó para el mismo en una carrera que abarcó casi 40 años, si no que lo hizo para su gente y su patria. Nos llevó a éxtasis sublimes que pocos pueblos de países pequeños han sentido. Llevó el peso de la identidad y los sueños de una nación sobre sus hombros por tanto tiempo y por ello le debemos estar eternamente agradecidos y no cuestionarle nada. Tal vez el día que dejemos de medir el triunfo de las personas por las casas, carros o salarios que tienen y apreciemos a un ser humano por los aspectos de su vida que muchos damos por sentado, nos daremos cuenta de la excepcionalidad de Roberto “Mano de Piedra” Durán.
Pituka Ortega Heilbron
Realizadora/ Los Puños de una Nación